Testimonio- MI CAMINO ESPIRITUAL Y MÍSTICO

Testimonio- MI CAMINO ESPIRITUAL Y MÍSTICO

Esta es mi historia

¿Dónde empezó mi gracia para sanar? ¿Dónde surgió todo? ¿Cómo se llega a ser curandero o sanador espiritual y del alma?, ¿te eligen?, ¿te buscan?, ¿se nace?

Soy de un pueblo de Asturias, en el norte de España; zona de curanderos, aunque actualmente se ha perdido mucho esta tradición.

En un momento de mi vida decidí trasladarme a Madrid para trabajar.

Un día salí de mi trabajo a las tres de la madrugada y, caminando hacia la parada del autobús, sentí algo y miré hacia atrás. Justo ahí vi una sombra. Lo primero que hice fue buscar mi propia sombra. Ahí estaba, a mi lado, como siempre.

Entonces me di cuenta que una sombra desconocida estaba siguiéndome a 25 metros de distancia, así que aceleré el paso tanto como pude. Pero la sombra era aún más rápida que yo. Entonces me sentí atrapado y me detuve. La sombra siguió caminando hasta que entró en mí por la espalda, y, en ese momento, me dijo que ya podía sanar. También me transmitió que, a las 11 de la mañana del siguiente día, debía buscar un árbol en un parque. Seguí las indicaciones de la sombra: me senté bajo el árbol y me apoyé en su tronco. De inmediato comencé a sentir como si me clavaran una lanza energética por la espalda. Así comenzó mi camino como sanador.

Parte de mi proceso como sanador espiritual tiene que ver con un viaje que realicé a México, al recibir una invitación para asistir a la presentación del libro “Mi encuentro con Dios y sus instrumentos de luz” de Victoria Avalón. La escritora, en este libro, dedica un capítulo a mi persona. 

Víctor y Victoria Avalón

En dicho viaje conocí a una chamana que me invitó a una ceremonia del abuelito fuego; su nombre era Nena Mercado. Una vez estuve en su casa, hizo que cerrara los ojos y me pasó sus plumas de águila por todo el cuerpo. Yo pensaba que no iba a pasar nada, pero, de repente, sentí que mi cuerpo se transformaba y que emprendía un viaje. Percibí que yo era un águila que volaba por encima de un bosque. Después de un rato, el águila se posaba en un peñasco y, al girar, se convertía en un indio que venía hacia mí.

Nena Mercado

En ese preciso instante, la chamana me llevó de vuelta a la conciencia cotidiana. Estaba aturdido, ni tan siquiera sabía dónde estaba, pero fue una experiencia maravillosa. La chamana me regaló un muvieri, que es un instrumento mágico que usa el chamán para limpiar el aura. En sanaciones, es el medio para entrar en contacto con los ancestros. Después me presentaron a Ángela, una gran chamana que estaba unida con Cuauhtémoc. Con un inmenso poder, ella me entregó una semillas espirituales situándolas sobre mi corazón. Éstas brotaron y germinaron en mi interior.

¡Mil gracias Ángela por este gran regalo espiritual!

Estuve en la pirámide de la serpiente emplumada Quetzalcóatl. Allí sentí que Quetzalcóatl me decía que podía sanar con el colibrí. El colibrí, como animal totémico, está relacionado con el amor y la alegría de vivir; es un ave de poder de sanación. Se dice que el colibrí atrae el amor como ninguna otra medicina es capaz de hacerlo.

También conocí a una excepcional mujer huichola marakame  llamada Martina. Con ella fui al desierto para realizar una ceremonia de iniciación. Nos acompañó su yerno: él siempre silbaba como un pájaro. En un momento me quedé solo, desorientado. Seguí el silbido de un pájaro pensando que era el huichol. Después de un tiempo, encontré el pájaro posado en un árbol y me dí cuenta que estaba perdido en medio del desierto. Busqué un cruce de caminos, pues ya estaba anocheciendo. Justo ahí me acurruqué. La luz de la luna llena me ofrecía seguridad.

Víctor y Martina

De repente vi que desde el Cerro Quemado, la montaña sagrada para los Huicholes, bajaba una gran niebla hacia mí. Cuando faltaban unos 200 metros, le dije a la niebla que se fuera. Sorprendentemente la niebla se retiró, pero a los 20 minutos, se formó otra vez una inmensa y grandísima niebla que volvió hacia mí. Sentí miedo. La niebla me empujó hacia un gran árbol pirulo. Me quedé en ese árbol toda la noche.

árbol donde me empujo la nieblaniebla que bajo del cerro quemado

Estaba pasando frío. Sentí que el árbol me hablaba. Me dijo que me agarrara a una rama. Empecé a sentir calor en mi cuerpo, empecé a ver formas y colores; veía la clorofila de la plantas, veía cómo la tierra se movia, veía animales con ojos de luz. También aparecieron ante de mis ojos muchas telarañas que después se convertían en jeroglíficos. A la luz de la luna llena sentí el aullido de un lobo varias veces. Yo ni me movía; estaba paralizado de miedo, pero me decía a mí mismo que tenía que sacar al guerrero que llevaba dentro. Después amaneció y me reencontré con la huichola Martina, que estaba muy preocupada. Al día siguiente, nos dirigimos al Cerro Quemado para hacer una ceremonia.

Martina me regaló un segundo muvieri.

Después, en otro lugar del desierto potosino, cuando ya regresaba, apareció un gran marakame: Don Julio Robles. Hablé con él para una ceremonia del abuelito fuego y me dijo que sí. Lo acompañaba una mujer indígena, mujer jaguar.

Por la noche fuimos a velar el fuego. Don julio preparó el fuego, bendijo el lugar y pidió permiso al abuelito fuego. Luego pasó la noche entera cantando canciones, haciendo limpias y plegarias, y honrando al venado sagrado.

De repente, delante del fuego, sentí que me estaba uniendo a él. Sentía el fuego en mi corazón y en todo mi cuerpo. El fuego y yo éramos uno. Mis manos eran de fuego. Me quité la camisa por el calor, aunque esa noche llovía. No me importó; no tenía frío. Caía la lluvia sobre mí: eran gotas de fuego. No tenía miedo. En ese instante sentí que el venado de fuego entraba dentro de mí. Veía símbolos por mi cuerpo; también cómo el fuego y las ascuas formaban un gran sombrero de marakame huichol.

Me dijeron que moviera las ascuas de fuego con mis manos y así lo hice. No me quemé, puesto que yo era uno con el fuego sagrado. La mujer jaguar tocaba su tambor. Esa mujer indígena cantó con una voz maravillosa que me hizo ir más allá.

Don julio me regaló el tercer muvieri.

Y, por último, una mujer danzante del sol – guardianes de la pipa sagrada –, me entregó una pipa y un espejo de obsidiana.

Doy gracias a Victoria Avalon, a Nena – la mujer águila –, a Martina, a Don Julio, a Ángela, a la mujer danzante del sol, a la mujer jaguar, por sus cantos y su tambor, y a Paulina Martínez por haberme ayudado a entender la cultura mexicana.

Así fue mi camino espiritual y místico.